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Peña Gómez, artífice de la democracia dominicana


Por Margarita Cordero


Las ideas políticas y sociales de José Francisco Peña Gómez todavía esperan ser estudiadas de manera sistemática por los y las profesionales de las ciencias sociales. Interpretar sus aportes al análisis de la realidad dominicana nos permitiría una mejor comprensión de los procesos políticos vividos por el país desde que él, apenas ocurrido el ajusticiamiento del dictador Trujillo, se incorporara a las filas del Partido Revolucionario Dominicano en 1961.


Prolífico, el más grande líder de masas de nuestra historia moderna legó a la sociedad dominicana y a su partido, un cuerpo de ideas que no han perdido vigencia. Se diría que son más actuales que nunca. Volver a la fuente de su pensamiento es revitalizar una visión de la política y la sociedad que es fundamental para alcanzar la justicia y la democracia que, en estos tiempos que corren, solo aparecen en el discurso político como meras referencias retóricas.


Citar frases dispersas de lo dicho o escrito por José Francisco Peña Gómez, no hace honor a la integralidad de su pensamiento, pero ofrece pistas del camino por donde debería transitar todo proyecto político que reclame su herencia.


Me circunscribiré a cinco ideas clave: la democracia, el liderazgo, el racismo, la delincuencia y la mujer.


Ciertamente, el ejercicio de la política ha cambiado desde que Peña Gómez ejerciera su liderazgo. Como también han cambiado los métodos y las vías a través de las cuales los partidos establecían su relación con la gente. Hoy, aquí como en cualquier otro lugar del mundo occidental, la política pasa por intermediaciones que la han llevado, poco a poco, a imitar a la industria del espectáculo. Como no podía ser de otra manera, el lenguaje político también se ha espectacularizado. Hoy importa más provocar emociones que generar conciencia de los problemas y conducir a la busca colectiva de soluciones. De ahí que conceptos clave para guiar las transformaciones se han diluido o reducido a carcasas retóricas.


Tomemos, por ejemplo, el concepto de democracia. Salvo que recurramos al análisis político-sociológico, cada vez más concentrado en la academia, la democracia se ha visto reducida a momentos específicos de la participación pública, como las elecciones; o a lo que sin profundizar mucho llamamos libertad de expresión.


Contrario a este pensamiento cotidiano sobre la democracia, Peña Gómez nos regresa a la obligación de no desvincular lo social de lo político cuando afirma: «Siempre hemos dicho que la libertad y la democracia son buenas; pero también es cierto que de buenas pasan a ser mejores si se les sirve a los pueblos acompañadas por el pan».


Mas su concepto de democracia no se circunscribía a la cultura del sistema político. La entendía también como un requisito de los partidos y sus prácticas, y por eso dijo, refiriéndose a un país que ha cambiado poco desde entonces, que «la República Dominicana es una nación con poca tradición democrática y, por consiguiente, la actividad política requiere estar rodeada de las máximas garantías de respeto a las reglas democráticas, si queremos construir un auténtico régimen democrático».


La función del liderazgo fue también objeto frecuente de sus reflexiones. En una de las incontables ocasiones en las que abordó el tema, Peña Gómez resume esta función de manera muy certera: «Personalmente, nunca he aspirado a cargos ni tales cosas; solamente aspiramos a que los dominicanos vivan mejor, sin amos criollos o extranjeros que los deshonren y exploten». Es decir, un liderazgo que reivindique, no el alcance de su influencia, sino el bienestar colectivo como producto de la soberanía social.


Y no porque era negro, sino por su convencimiento sobre la igualdad de las personas y la nocividad social del racismo, Peña Gómez afirmó que «el color de la piel no tiene ningún significado especial, salvo para hombres pequeños que son justamente los que se alegran cuando los yanquis invaden». ¿Acaso ha perdido actualidad esta frase contra el racismo y, más específicamente contra el antihaitianismo? Definitivamente no. Como tampoco la ha perdido la descarnada descripción que de la doble moral del racista hace Peña Gómez al imputarle alegrarse cuando los yanquis invaden, en ese tiempo con tropas, hoy con la subordinación de nuestros países a través de mil y una coacciones políticas, económicas y culturales.


Y porque su visión de los problemas sociales partía de la reflexión sobre el papel de la sociopolítica en la degradación de la vida ciudadana, nunca entró en el juego perverso de culpar a la víctima de provocar los males. Por eso, al referirse a la inseguridad surgida de la delincuencia, Peña Gómez afirmó: «El neoliberalismo ha causado, con la desregulación, un relajamiento del orden público, un debilitamiento de la seguridad y un desbocamiento de la delincuencia».


Convencido de que una sociedad para ser verdaderamente democrática no puede prescindir de la mitad de su población, las mujeres, Peña Gómez fue enfático en reivindicar la igualdad. En sus propuestas programáticas y políticas planteó: «Vamos a eliminar la discriminación que sufre la mujer dominicana, les ofreceremos más oportunidades en la vida política, económica y social de la nación». Y lo dijo cuando pocos políticos dominicanos concedían ni un ápice de atención a la realidad de las desigualdades entre hombres y mujeres.


Para Peña Gómez, la igualdad entre hombres y mujeres era parte esencial del proyecto democrático. Lo defendió en la práctica, dando espacio a las mujeres en el partido y en la función pública cuando fue síndico de la capital. Lo defendió como política de Estado y de Gobierno al incluirlo en sus propuestas programáticas. Peña Gómez fue el primer político dominicano en hablar sobre paridad de género en la vida pública y política.


Debo repetir lo que dije hace apenas un momento: el pensamiento de Peña Gómez reclama quien le escriba. El curso actual de la política demanda mirar hacia sus mejores orígenes para poder enmendar sus entuertos. Como dominicanos y dominicanas, Peña Gómez es un referente cuyo brillo debemos aquilatar.


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